Miércoles por la tarde, estoy sentada en mi departamento llorando a mares, la ansiedad me carcome por dentro, dudo de todo lo que tengo en mi vida, dudo de mis decisiones, me duelen mis errores y me angustian mis planes a futuro. Quiero convencerme de que no puedo seguir viviendo así, sobre exigiéndome a cada minuto por cada decisión que tomo, llegando a veces a mi límite emocional por cada responsabilidad que tengo en mi vida y con esta constante sensación de que todo el tiempo tengo que ser perfecta; entonces me permito llorar para soltar toda esta angustia y con cada lágrima se va yendo aquello que sé que no puedo controlar y que debo dejar de intentar. En ese momento Rodrigo llega al departamento, sin cuestionarme y con gran calidez, me abraza y me quiebro aún más en sus brazos, intento explicarle la revolución de pensamientos que tengo en mi cabeza, le digo que no puedo más y que necesito encontrar recursos que me hagan dejar de ser tan exigente conmigo misma porque mis responsabilidades me abruman.
El me escucha, me acaricia y me sostiene con tanto amor que siento que cada parte de mí vuelve a su lugar. Agradezco ese amor tan grande que me tiene y que me demuestra en cada momento de nuestra vida en pareja, entonces dejo de llorar, pero la culpa comienza a crecer en mi interior, pensando que debería ser más fuerte, mejor esposa o menos volátil con mis emociones. Le expreso a Rodrigo todo esto, pidiéndole además una disculpa por ser tan extrema con mis emociones y quebrarme una o dos veces al mes de esta manera.
Me mira, me acaricia y me dice: “Te amo, así como eres.”
Lo escucho y vuelvo a llorar, pero ahora con paz, porque este amor incondicional que me da es lo que me motiva a trabajar en mi para evitar querer ser perfecta, sino para vivir con más tranquilidad. Pienso en este amor de Rodrigo y al comprenderlo, sé que también lo tengo de muchas personas que me rodean: mis amigos, mis papás, mis hermanos, mis maestros y mis alumnos. Entonces es cuando me permito vivir en la imperfección cotidiana, abrazar mis errores y a descansar en los malos días, porque ahora sé que merezco vivir con tranquilidad y en paz.
En sus brazos, entiendo que seguramente habrá mas crisis , más momentos de tristeza o de ansiedad, pero también sé que tengo unos brazos que me esperan al llegar a casa, que puede haber una llamada con mi mamá para superar los malos días y muchos proyectos a futuro con mis alumnos que me motivan a sobreponerme a mis miedos y entonces, después de mucho tiempo, veo que puedo aprender a vivir como todo el mundo, en lo volátil de mis pensamientos y de mis emociones, así como en mis intensos procesos creativos y de esta forma tan apasionada de vivir, que tengo yo.