Me siento en el sillón gris frente a mi terapeuta. Tomo el cojín y lo pongo sobre mis piernas para según yo, disimular su gran grosor. Como todas las sesiones en este último mes, me dedico a contemplarla y callar ya que no quiero escuchar sus devoluciones acerca de mi vida; me niego a oír sus inteligentes comentarios que en ocasiones me hacen sentir que estoy haciendo todo mal, que la recuperación ya ha tomado mucho tiempo y que me …