En el verano del 2019, abrí mi computadora para tener sesión con Raquel, mi nutrióloga. Al verla, comienzo a llorar y le digo que no puedo con el remordimiento, porque el día anterior comí “un poco de pizza” y mi cabeza no deja de gritarme que “soy una gorda”
Raquel me mira y me deja llorar y al terminar mi discurso me dice: ¿estás consciente de tus privilegios?
Me quedo pensando en sus palabras y no sé que responder, ¿cómo puedo gozar de privilegios sin ser consciente de ellos? Vuelvo a pensar en su pregunta y pienso si se refiere a mi educación, nivel socioeconómico o estructura familiar.
-Eres una mujer que vive en privilegio de delgadez- me dice Raquel -y lo primero que tienes que hacer es reconocerlo.
La escucho y me siento rara, ¿delgada? ¿yo? ¡Si le acabo de decir que comí pizza el día anterior!, ¿privilegio?, ¿cuál? ¡si en la clínica me subieron de peso!
Impulsivamente le digo que no es verdad porque no quiero darle la razón pero en mi interior, sé que la tiene y sé qué hay una gran diferencia entre “creer ser gorda” y en realidad estar gorda.
Raquel me explica que vivir en el privilegio de delgadez es ser parte de en un sistema que te favorece y te aplaude por estar delgada. Vivir en privilegio es entrar a una tienda y encontrar tu talla sin problema o ir a una consulta médica sin ser agredida por el doctor y tacharte de “descuidada” o “inconsciente.” Vivir en privilegio es estar inmersa en una cultura que segrega a quienes se salen de la norma y que constantemente envían el mensaje que solo se tiene salud mientras más delgada y pequeña seas.
Entonces sus palabras cobran sentido para mí, no sólo soy una mujer que vive en ese privilegio, sino que he fabricado un montón de ideas equivocadas alrededor de la comida y el cuerpo por un solo motivo: no estoy dispuesta a perder mi cuerpo delgado y los beneficios sociales que vienen con él.
Con el tiempo y muchas sesiones de terapia, he entendido que mi sufrimiento es válido, que mi dolor es más profundo que la forma de mi cuerpo y que el proceso de recuperación de un trastorno alimenticio es largo, pero que no es justificable para no reconocer el privilegio del que he gozado y del sistema que evidentemente, me favorece.
En este proceso, he podido entender, que vivimos en una sociedad que apunta, amenaza y promueve conductas riesgosas con la bandera de “salud” y que estamos tan inmersos en ello, que no nos cuestionamos más allá de nuestro propio dolor. Vivimos en un mundo que constantemente nos vende la idea que “menos” es “más” y que se niega a reconocer que se puede vivir con libertad, sin importar el tipo de cuerpo.
Tres años después, aún recuerdo esa sesión con Raquel, no solo por lo mucho que contribuyó a mi proceso de recuperación, sino porque me hizo abrir los ojos y ver lo que sucede a mi alrededor. Ese día no solo empecé a entender, sino aprendí a escuchar. Escuché el dolor de mi prima, que su familia insiste que se enfermará de diabetes si sube más de peso, escuché a @MarianadeHollander y su desgarrador testimonio con la manga gástrica, escuché a la @fatshionista y su activismo para la gente gorda.
Desde entonces he escuchado un montón de historias valiosas y he sido capaz de salirme de mi propio sufrimiento para ver el enfermo sistema en el que estamos envueltos, la agresión que viven día a día las personas gordas y lo benevolente que me ha sido la vida.
Por todo esto, hoy soy capaz de reconocerme desde este privilegio y aunque tengo días en que la enfermedad me alcanza, sé que es importante abrir los ojos ante las realidades ajenas y trabajar por generar un mundo más compasivo y amable para todos los que vivimos en el.
Yo vivo en privilegio de delgadez y tú, ¿eres capaz de reconocer cuál es tu privilegio?