Los dos lados de la balanza

Estoy sentada en mi cuarto de la infancia pensando en lo difícil que han sido estos últimos meses. La cuarentena parece haberse llevado lo mejor de mí. Me siento miserable y sumamente triste y no sé si pronto este sentimiento pasará. Pienso en las formas en las que puedo adormecer mi dolor y lo único que se me ocurre es volver a las garras del trastorno; tal vez si siento hambre, no puedo sentir nada más. Me acuesto en la cama y permito que la tristeza inunde todo mi cuerpo reflexionando acerca de lo difícil que está siendo vivir. No puedo evitar extrañar la vida previa al COVD19 y me cuestiono si las cosas algún día regresarán a la normalidad o si debemos adaptarnos a esta nueva forma de vivir. Intento pensar en momentos en los que me he sentido de esta manera y no puedo recordarlos. Parece ser que estos últimos diez años me invertí en mi trastorno y perdí la capacidad para pensar en algo más. La anorexia invadía cada rincón de mi pensamiento y extraño estos pequeños beneficios que me traía la enfermedad, respiro con el dolor en las venas y caigo en un profundo sueño.

Despierto con el corazón aún encogido. Veo mi celular y recibo buenas noticias. Me pongo eufórica. Salto, giro y celebro este nuevo proyecto que está por venir. Me cargo de felicidad y no puedo evitar sentir la adrenalina correr por dentro de mí. Quiero hacer todo y nada a la vez. Me siento tan alegre que no puedo pensar claramente. Permito este sentimiento recorrerme y me lleno de él. Ayer debió de ser solo un mal día y me encuentro contenta y agradecida por estar viva; por poder tener la energía para concretar tantos eventos en mi trabajo y la creatividad que tengo para llevarlos a cabo. Me siento invencible e inalcanzable.

Los días pasan y no puedo encontrar el equilibrio. Hay días que me siento sumamente triste y otros tan alegre que quiero comerme el mundo entero. Me siento totalmente descompensada y empiezo a pensar que hay algo malo dentro de mí. Siento los sentimientos atiborrarse dentro de mi cuerpo y no puedo evitar balancearme entre la tristeza y la felicidad. Paso de la euforia a la depresión en cuestión de segundos y con tal facilidad que me hacen creer que debo tener algo más; algún otro trastorno psiquiátrico además de la anorexia. Cuento las horas, segundos y minutos que restan para tomar terapia, necesito que mi psicóloga me explique qué está pasando dentro de mí o que me diagnostique algún otro trastorno psiquiátrico.

Abro la computadora y comienza mi sesión. Le explico a Regina mi sentir y lo volátil que estoy y le pido que me explique porqué estoy experimentando sentimientos tan polarizados. Platicamos durante la sesión y al finalizar llegamos a la misma conclusión… por años me dediqué a adormecer mis sentimientos con el trastorno alimenticio. La realidad es que no podía sentir nada más que el hambre, el hueco en el estómago y la obsesión por bajar de peso. Hoy, que me encuentro libre de las conductas de la anorexia, estoy comenzando a experimentar mis sentimientos y como una niña chiquita, debo aprender a regularlos. En realidad, no hay nada malo en mí, simplemente estoy recuperada y eso significa que ya no existe la distracción de la anorexia para adormecer mi sentir.  Entonces, me permito experimentar los dos lados de la balanza: la euforia y la depresión, sabiendo que, como cualquier persona, eventualmente aprenderé a regularme e incorporar estos sentimientos dentro de mí. Aún no encuentro el equilibrio, pero me dedico a confiar en las palabras de mi terapeuta y entender que no hay nada de malo en sentirme así y que, en realidad, solo estoy aprendiendo a vivir.

Amante del té, las letras y la buena literatura. Sobreviviente de un trastorno alimenticio y orgullosa maestra de danza.

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Sobre mí

Sobre mí

Mi nombre es Lucía y vivo en una constante paradoja. En cuestiones de segundos paso de la euforia a la depresión, de la calma al caos y de la locura a la sensatez. Estos conflictos me han demostrado que las dualidades y contradicciones vienen a construir lo que significa vivir en consciencia y plenitud.

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La vida en paradoja