La renuncia a un cuerpo en los huesos

Me siento en el sillón gris frente a mi terapeuta. Tomo el cojín y lo pongo sobre mis piernas para según yo, disimular su gran grosor. Como todas las sesiones en este último mes, me dedico a contemplarla y callar ya que no quiero escuchar sus devoluciones acerca de mi vida; me niego a oír sus inteligentes comentarios que en ocasiones me hacen sentir que estoy haciendo todo mal, que la recuperación ya ha tomado mucho tiempo y que me encuentro atascada en el mismo tema de siempre: el cuerpo y la comida.

Guardamos silencio y evito su mirada, pensando que de esa forma me estoy saliendo con la mía pero Regina ya conoce mis métodos de evasión y un comentario suyo basta para destruir mi frágil equilibro.

-No has hecho la renuncia más importante- dice mientras yo me dedico a callar y desviar mis ojos a su colección de libros de Freud.

-No has renunciado a vivir en un cuerpo en los huesos y hasta que no lo hagas, no podremos salir de este círculo vicioso.

Encuentro su mirada con la mía y sus ojos compasivos son suficientes para hacerme quebrar en llanto. Me gustaría decirle que accedo a lo que me pide pero una parte de mí se niega a aceptar que hemos perdido diez años persiguiendo un ideal de belleza inalcanzable. Además, me rehuso a permitirme transformar mi cuerpo. Es como si mi yo enfermo se aferrara con uñas y dientes a la identidad que me ha otorgado la delgadez y a ese dejo de esperanza que me repite que la felicidad radica en perder unos cuantos kilos.

El comentario de Regina me lleva a reflexionar acerca de la gran presión social que tiene una mujer por mantenerse en forma y lo críticos que somos ante la silueta femenina. Pensamos de una mujer que ha subido de peso como una “dejada” o “descuidada” y en cambio me parece injusto que si un hombre se casa y le crece panza es tomada como sinónimo de bienestar y visto como el buen trabajo que ha hecho la mujer por cuidar a su marido. Evidentemente, en una sociedad que glorifica la delgadez y sataniza a las mujeres gordas, ¿cómo iba yo a desear subir de peso?

Comprendo que parte del proceso de recuperación es perder el control que por años ejercí y que para sanar de anorexia, la recuperación del peso es prácticamente implícito. A pesar de ello, me encuentro renuente ante la idea de subir de peso y el más pequeño cambio físico me hace entrar en un episodio de histeria.

Por esta razón, entiendo que mi enfermedad es solo el resultado de vivir en una sociedad obsesionada con los cuerpos delgados y que toda mi historia de vida se ha construido alrededor de ello. Aún no me siento lista para renunciar a este estereotipo de belleza con el que crecí idolatrando pero estoy dispuesta a aceptar el cuerpo que tengo hoy, que si bien es un peso más alto del que me gustaría estar, es lo mínimo indispensable para mantenerme saludable.

Me parece que la recuperación de un trastorno alimenticio es ir haciendo pequeñas renuncias y con estos actos, alcanzar el bienestar. He hecho la renuncia a dejar de perseguir la pérdida de peso, a los laxantes y a mis conductas compensatorias y espero pronto, abandonar la idea de vivir en un cuerpo que si no modifico, terminará perjudicando mi salud.

Entonces, me armo de valor y digo las palabras que por tres años Regina ha esperado que formule.
-¿Me ayudas a recuperarme?

Amante del té, las letras y la buena literatura. Sobreviviente de un trastorno alimenticio y orgullosa maestra de danza.

Deja un comentario:

Footer del sitio

Sidebar deslizante

Sobre mí

Sobre mí

Mi nombre es Lucía y vivo en una constante paradoja. En cuestiones de segundos paso de la euforia a la depresión, de la calma al caos y de la locura a la sensatez. Estos conflictos me han demostrado que las dualidades y contradicciones vienen a construir lo que significa vivir en consciencia y plenitud.

Facebook

La vida en paradoja