Pasó poco a poco y sin darme cuenta. De unos meses para acá, comencé a comer mejor; a darme pequeños permisos; a agregar una cucharada más de yogurt o a comer un poco de más con mi novio y así, sin percatarme, empecé a habitar en una silueta de mujer, con caderas, busto y glúteos. La figura infantil pareció duplicar su tamaño y mi zona de seguridad se derrumbó, ya no tenía el control y en un inicio, creí haberlo perdido todo. Me repetía una y otra vez que era mi culpa por haber cedido a los placeres de la comida, por ser una “desordenada” y por no restringir mis porciones. Recibí el aumento de peso como un castigo y como el inevitable resultado de mi proceso de recuperación. Escribiendo estas líneas, me gustaría decir que lo he superado, pero este hecho aún me atormenta.
Todavía no estoy en un punto donde puedo aceptarme al 100%, pero si puedo tolerarlo y eso, por el momento, es más que suficiente. Puedo tolerar los comentarios de mi hermano diciéndome que por fin me veo sana, las palabras de las personas que me quieren, exclamando que me veo muy bien o el hecho de que ya no puedo medirme con mis manos. Puedo aceptar que tengo una figura más recuperada y que de la enfermedad, sólo quedan rastros.
Creo que aprender a tolerar es un paso importante en el proceso de recuperación. El entender que no tienes control sobre la forma de tu cuerpo y que después de años de hambruna, éste se defenderá almacenando unos cuantos kilos. El rendirme ante la incertidumbre de lo que puede o no pasar, ha sido un hecho muy valioso y es lo que me permite vivir sin entrar en una crisis de histeria.
Llegar a este punto no ha sido sencillo, me ha costado muchas lágrimas, sesiones de terapia y unos cuantos momentos de restricción, donde me aferro a la esperanza de regresar a los huesos. A pesar de estos pensamientos, eventualmente regreso al equilibrio y me digo que así, como en su momento, la enfermedad se aferraba a mi, ahora me toca soltar el control que por años padecí.
Honestamente, nunca me imaginé llegar a soportar la forma que tengo hoy. Por años me aferré a mi enferma silueta, pensando de manera ilusoria que podría recuperarme de la mente y no de mi aspecto físico. Quería lo mejor de los dos mundos y tuve que aceptar que para rehabilitarme de la anorexia, la ganancia de peso es necesaria.
Creo que el rechazo al propio aspecto es una situación que nos aqueja a la mayoría de las mujeres, independientemente si padecemos o no un trastorno alimenticio. La cultura actual nos vende constantemente las idea de que cuando tengamos una determinada forma, entonces seremos felices. Estamos rodeados de una sociedad obsesionada con el mundo de las dietas y por años, creí ese discurso ciegamente. Como muchas mujeres, fui víctima de la idea de creer que podía manipular mi propio cuerpo, que sólo con eso me sentiría satisfecha y lo único que logré fue enredarme en conductas propias de un trastorno alimenticio. Creo que el gran peligro actualmente es venderle a las mujeres la idea que mediante la restricción del alimento se puede alcanzar la silueta deseada. La realidad es que el mundo está lleno de diversidad, incluida la diferencia entre cuerpos: altas, bajas, delgadas, robustas, con cadera ancha, pequeña, con busto o sin él y pensar que podemos manejarlo sin consecuencias es un gran engaño, creado por la cultura de las dietas. La verdad es que la alimentación y el ejercicio son sólo algunos hábitos que influyen en nuestra silueta; nuestra figura está constituida por muchos elementos más, como la genética y el metabolismo.
Cuando comprendí este hecho, me abrí paso a la verdadera recuperación; aquella donde me puedo comer unas papitas con mi novio viendo una película, donde no me aterra disfrutar de mi pastel de cumpleaños o de poder seguir mi plan alimenticio sin explotar mentalmente. Por todo esto, creo que debemos de partir de la idea, de que no tenemos el control sobre muchas de las cosas que nos suceden en nuestra vida y que definitivamente, un cuerpo recuperado es motivo de celebración y no de angustia. Hoy, poco me importa mi aspecto físico y en su lugar, le he abierto paso a fortalecer mi interior, mis valores y cultivar mi forma de pensar.