Ahí estaban, esperándome en la esquina de mi clóset. Una parte de mi sentía que me retaban, que me hablaban y seducían para caer de vuelta a la enfermedad. Esos pantalones a rayas que tanto me gustan y que desde el inicio de la pandemia, he decidido no usar. Son pegados al cuerpo y el botón siempre me ha quedado un poco justo, por lo que desde que comencé a comer mejor decidí abandonarlos en el fondo del armario.
Hoy fui débil y caí en el juego de la anorexia. Mi “yo saludable” me insistía que no lo hiciera, que hemos caminado tanto estos últimos meses como para derrumbarlo todo por unos malditos pantalones. Fui frágil y mi “yo enfermo” me cuestionó: ¿cabrás en ellos? En un arrebato, los tomé y me los probé. Efectivamente, todas las ideas que se habían formulado en mi cabeza al momento de comer, se hicieron realidad. No podía negarlo, había subido un poco de peso.
Como es usual, la agresión primero fue hacía mi misma, ¿porqué me había permitido incrementar mi dieta?, ¿porqué no me quedé en las conductas de la enfermedad?, ¿debía sentirme culpable por el incremento de peso?
Después de pensarlo un poco, me cuestioné porqué vivimos en una sociedad donde la talla de cuerpo es tan importante y que debe ser primordial en la vida de las mujeres. Existe tanto bombardeo a mi alrededor sobre dietas desintoxicantes, regímenes alimenticios y una infinidad de retos que prometen llevarte a esa tan deseada silueta femenina. A veces siento que con mi recuperación, estoy nadando contra corriente. Me rebelé ante lo que la mayoría de las mujeres buscan y después de no caber en mis pantalones me enfurecí ante el sistema que promueve y permite constantemente la pérdida de peso.
Al quitarme los pantalones, lloré un poco y después los tiré a la basura. Ahora pertenecían ahí, ya que eran parte del pasado. Entonces, pensé en todas las jóvenes que crecen creyendo este discurso de que ser flaca es sinónimo de bienestar y dejan la vida intentando satisfacer este ridículo estereotipo. La realidad es que la sociedad aún ve el incremento de peso como un gran castigo y eso nos lleva a caer de nuevo, en una nueva dieta. Se nos va la vida intentando ser delgadas y no nos cuestionamos porqué estamos llevando nuestro cuerpo al extremo, abusando de él matándolo de hambre y haciendo interminables horas de ejercicio.
Creo que como mujeres, lo mejor que podemos hacer es oponernos a este cruel sistema que constantemente nos bombardea con la idea que al modificar nuestra silueta, alcanzaremos la felicidad. Amémonos con nuestras curvas, nuestras estrías y nuestra celulitis y rindámonos ante el hecho de que tenemos poco poder sobre la forma de nuestro cuerpo. Gocemos el ser mujer restándole valor al cuerpo y mejor cultivemos nuestros valores e ideales, reconozcamos nuestra fuerza y mantengamos una congruencia entre nuestro pensar y actuar.
Si tú como yo, has subido un poco de peso esta pandemia, acéptalo como una consecuencia inevitable y celebra tu cuerpo, en cualquier forma que éste decida tener. Tira esos pantalones a la basura y cómprate unos nuevos, que se adapten a ti y a tu estilo de vida.