En la línea de la ansiedad

En primaria siempre fui el mejor de la clase, no tenía que estudiar y sacaba nueves y dieces. Además, era muy amiguero y me iba bien jugando futbol.  Cuando entré a secundaria todo cambió, mis amigos comenzaron a conocer y ligar con niñas y a mi esto me costaba muchísimo trabajo. Por primera vez, sentí que no era bueno en algo y esto me comenzó a generar muchísima ansiedad, entonces para aliviar el estrés comencé a beber. El tiempo pasó y continué recurriendo al alcohol como vía para adormecer mi incomodidad. Al finalizar la preparatoria, entré a la universidad, en el ITAM a estudiar una doble carrera, en ese momento todo cambió, aquel que siempre sacaba nueves y dieces sin estudiar, dejó de existir. Ya no era el mejor estudiante del salón y apenas aprobaba mis materias. Además, me gustaba mucho la fiesta y no me esforzaba como debía. Entonces, mi sentimiento de no encajar se hizo más grande y evidente; iba a fiestas y no sabía cómo socializar, cómo hacer amigos o ligar con mujeres. El resultado fue, que me empezaron a dar ataques de ansiedad que derivaron en una depresión. Empecé a ir al psicólogo y en mi arrogancia, ignoré todas y cada una de sus indicaciones. Por este motivo, mis ataques de ansiedad se intensificaron y en ocasiones no podía ni siquiera respirar.

Recuerdo que tuve un viaje con mis amigos en el que iba la niña que me gustaba. Honestamente, fue el peor viaje de mi vida. Durante los seis días que duró, tuve ataques tan intensos que no podía entender lo que me estaba sucediendo.

Regresé y fui al médico que me prescribió una medicina que me adormilaba, pero me permitía funcionar en el día a día. Me gradué y conseguí un trabajo en consultoría en Estados Unidos. Para el 2017 llevaba ya un año sintiéndome bien, estaba en un trabajo que me exigía muchas horas y mucho esfuerzo, por esta razón, se me hizo fácil dejarme de tomar la medicina para poderme concentrar más y tener un mejor desempeño laboral. Entonces, la ansiedad volvió con mucha más fuerza. Tuve dos crisis importantes en las que me sentí muy mal por varios días y no pude levantarme de la cama. Después, en el 2018, la ansiedad se volvió más recurrente. En esa época estaba saliendo con una chica y me había matado todo el año en el trabajo para que me promovieran. El mismo día que me avisaron que me promovían, la niña que me gustaba me mandó a volar; todo esto favoreció que tuviera una crisis de ansiedad, que me duró una semana entera. Fueron siete días de estar en mi casa sin poder salir y con un estrés terrible. Mis padres, preocupados, me recomendaron ir al psicólogo de nuevo y accedí a tener una cita con un médico. El doctor me diagnosticó como borderline o trastorno límite de la personalidad. Lo que sucede es que yo no siento en grises, para mí todo es blanco o negro, estoy triste o contento, no existe un punto medio en mí. Paso de la euforia a la depresión y no parezco poder encontrar un equilibrio. En forma simultánea, seguía con mucho estrés en el trabajo y no se cómo, pero más o menos controlé mis síntomas durante una temporada.

El tiempo pasó y en noviembre del año pasado la ansiedad volvió con mucha más fuerza. Estuve varios días sin dormir ni comer. Iba a trabajar, pero no podía concentrarme, comencé a cortarme y además, estuve tomando muchísimo. Fue un mes de no poder parar de tomar, con el objetivo de disminuir la ansiedad. Se volvió un círculo vicioso: sólo podía dejar de sentir estrés si tomaba y no podía dormir sin echarme unas copas antes. Fue una crisis tan fuerte que terminé hablando con mis jefes para pedirles unas vacaciones y me vieron tan mal que accedieron. Entonces, me regresé a México un mes y comencé una nueva terapia con una persona especializada en adicciones. Mi mamá es una fiel creyente que mi problema es el alcoholismo, pero a la conclusión que he llegado con mi doctor es que yo tengo un problema de ansiedad que si no se controla deriva en un consumo excesivo de alcohol. Por recomendación del médico dejé de tomar por dos meses y mejoré un poco.

Ahora estoy tomando unos antidepresivos y he comenzado a ir al gimnasio. Me encuentro mucho mejor y he podido funcionar bien en el día a día. He descubierto, que también me funciona seguir una rutina y estructura en mi vida y me he vuelto más abierto al discutir mi tema de ansiedad. Ha habido situaciones en las que le hablo a mi jefe y le explico que el día anterior no me sentí bien y necesito dormir un par de horas más. La realidad es que en mi trabajo todos tienen ansiedad; no al extremo como yo, pero si hay síntomas importantes. Mi trabajo es sumamente exigente y a veces me hace cuestionarme si me hace bien

También, he descubierto que a la gente no le gusta hablar de enfermedades mentales. Es un tema que, si no te sucede, no lo tocas. Al final la salud mental no es prioridad para todo mundo. Para mi estas son enfermedades serias y no he visto la suficiente empatía con la gente que me rodea. Además, he experimentado lo cómodo que es vivir cuando estas bien. Aún no estoy ahí, pero los pocos días que puedo sentirme en paz es extraordinario.

Lo más importante que he aprendido es a dejarme fallar. A base de caerme, una y otra vez, he entendido que está bien equivocarme y errar. Es el aprendizaje que más me ha costado, pero ahora entiendo que no pasa nada si no soy el más exitoso o el que tiene más dinero. He aprendido a vivir con mis fallas y aceptarlas como parte de un proceso de crecimiento. De hecho, este aprendizaje se lo atribuyo al principal motivo de mi ansiedad. El problema es que yo nunca aprendí a fallar. Siempre me fue bien en todo y cuando no era así, me forzaba hasta lograr mi cometido. Se volvió una obsesión y nunca pensé que no pasaba nada si no podía. Lo llevé al grado tan obsesivo de convertirlo en un tema de ansiedad importante. Después de mi trabajo en terapia, he sabido anticiparme a mis ataques de ansiedad y racionalizar un poco lo que está pasando. Esto me ha ayudado a saber que el mundo no se va a acabar, a pesar de que mi mente me dicta lo contrario y que la vida sigue. Hoy tengo algunos malos días y otros buenos. Mi ansiedad me ha enseñado que no me voy a sentir perfecto todo el tiempo pero que definitivamente se puede llegar a un estado de equilibrio.

Rafael Morfín

29 años

Amante del té, las letras y la buena literatura. Sobreviviente de un trastorno alimenticio y orgullosa maestra de danza.

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Sobre mí

Sobre mí

Mi nombre es Lucía y vivo en una constante paradoja. En cuestiones de segundos paso de la euforia a la depresión, de la calma al caos y de la locura a la sensatez. Estos conflictos me han demostrado que las dualidades y contradicciones vienen a construir lo que significa vivir en consciencia y plenitud.

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