El terror: un cuerpo que cambia

Recuerdo que tenía doce años cuando mi madre me sentó a la mesa para hablarme, por primera vez, de  sexualidad. Nunca olvidaré lo primero que me dijo: “M´hija: tu cuerpo va a cambiar”. Al instante una ola de pánico se apoderó de mí. ¿Por qué mi cuerpo iba a cambiar? ¿Qué haría yo,  una niña, con cuerpo de mujer? Desde entonces, y creo que hasta ahora, me dediqué a negar la realidad que suponía despertar a mi sexualidad. ¡Yo no quería crecer!, ¡quería seguir siendo niña! Poco después tuve mi primer periodo y aquellas palabras proféticas se cumplieron. Naturalmente, mi silueta se modificó; mis senos comenzaron a crecer y mi cadera parecía duplicar su dimensión infantil. Puesto que mi cuerpo sí comenzó a ser el de una mujer, aunque deportista y joven, desarrollé un trastorno alimenticio. En una sociedad que  glorifica la delgadez, ¿cómo iba a desear abundantes pechos o glúteos prominentes?  

Hoy, después de un largo y profundo trabajo introspectivo,  descubro que mi entorno no fue el único detonador de mi enfermedad, aunque sí uno decisivo. Crecí viendo cómo toda la publicidad -estrechamente relacionada con el negocio multimillonario de la moda, la ropa, el modelaje y las dietas-  enaltece a las mujeres flacas. Vivimos en una sociedad gordofóbica.

La gordofobia, miedo a la gordura o a engordar, nos afecta a miles de jóvenes mujeres en el mundo orillándonos a vivir a dieta, a buscar nutriólogos, a dejar nuestras energías vitales en un gimnasio y a no consumir cervezas con más de 95 calorías. Quizás haya también miles de chicas que no lo viven o no lo sufrieron como yo. Pero ciertamente mi inseguridad adolescente me convenció de  que la felicidad consistía en  ser delgada.

Por años defendí la creencia de que debía hacer todo lo que estuviera en mis manos para alcanzar esa felicidad que los medios me prometían. Así fue como incursioné en un sinfín de dietas: con el método detox, con el vivri, con la dieta de la manzana, de la uva, la de baja en carbohidratos y, la peor de todas, la del vegetarianismo… Según yo, en cada dieta empeñaba lo mejor de mí misma para sentirme plena y realizada.

Pero esa dicha no llegaba y en su lugar dejaba periodos de tristeza,  y más tarde,  de franca depresión. Me sentía tan miserable en mi cuerpo, que llegué al extremo de golpearme a escondidas después de comer o de ingerir  laxantes luego de consumir “alimentos prohibidos”.

Acatar sin siquiera cuestionarme lo que mi entorno me sugería como bueno o provechoso, sólo me ocasionó sentirme infame e insegura.

He descubierto que tratar de ser feliz poco tiene que ver con el tamaño de mis glúteos o con el volumen de mi busto. Al final del día,  he comprobado que si bien está bien visto decir a voz en cuello que estás a dieta, no está tan bien visto expresar públicamente, como hoy, yo aquí, lo que siento y lo que pienso.

Permítanme adelantarle, a todas las niñas menores de doce años, que la profecía se cumple: Su cuerpo va a cambiar. Y a todas las mayores de doce, no debo adelantarles que llegarán los embarazos y con ellos la pancita, los muslos gruesos, las estrías o las várices. Y ni qué decir de la celulitis.

Sólo puedo compartirte un hermoso descubrimiento que he hecho para mí: Debo disfrutar de mi cuerpo, pues más allá de mi talla, me permite desplazarme, oír música, ver pinturas o paisajes, tocar telas y la piel de mi novio, aspirar diversos aromas y correr a perseguir lo que deseo.

¡Disfrútalo tú también! Si de algo te vale mi experiencia, mira a  tu cuerpo como si fuera el mapa de tu vida, desde un lugar elevado y lleno de amor. En lugar de odiar a tu cuerpo luego de un parto, agradécele que sostuvo sano y protegido a tu bebé por nueve meses. Acepta cualquier cambio en tu piel como una gozosa consecuencia de ser mujer. Haz las paces contigo, con tu figura  y expresa en voz alta todo lo que has callado por años.

Si tu como yo, vives en una sociedad donde se le da especial énfasis a las apariencias, permítete manifestarte contra ella pero sobre todo, deshazte del terror de un cuerpo que, eventualmente, tendrá que cambiar. 

Amante del té, las letras y la buena literatura. Sobreviviente de un trastorno alimenticio y orgullosa maestra de danza.

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Sobre mí

Sobre mí

Mi nombre es Lucía y vivo en una constante paradoja. En cuestiones de segundos paso de la euforia a la depresión, de la calma al caos y de la locura a la sensatez. Estos conflictos me han demostrado que las dualidades y contradicciones vienen a construir lo que significa vivir en consciencia y plenitud.

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