Del derrumbe a la reconstrucción

Hay una escena que se repite una y otra vez en mi cabeza: mi mamá llorando desconsoladamente a causa de mi primer internamiento en un café en la esquina de mi casa. Había regresado a Monterrey después de seis meses de estar internada en una clínica para trastornos alimenticios en la Ciudad de México. Era mi primer contacto con ella desde que después de un viaje a Europa, le confesé que tenía anorexia y necesitaba ayuda. Recuerdo poco de lo que sucedió en ese periodo de ambivalencia mientras mis padres decidían que hacer con mi situación que evidentemente, era deplorable. A mi mamá, la noticia le cayó como un cubetazo de agua fría y a causa del estrés, no pudo ingerir alimentos en dos días. En ese café, me dijo que no entendía lo que había hecho por tantos años y lamentó no poder ayudarme antes. También, lloró por la relación que mi enfermedad había destruido. Antes de internarme, mi mamá y yo éramos una misma y a raíz de mi trastorno, nuestra relación fue puesta en duda. La anorexia destruyó mi vínculo con ella y mediante esa plática, comprendí que no quedaba otra opción más que construir de los escombros de una relación que en la clínica, di por perdida.

Durante los seis meses que duró mi internamiento, sentí tanto enojo hacia mis padres que terminé vomitando bilis a los cinco días de ser ingresada. Después, se instaló la culpa y hay veces que creo que aún no me he podido deshacer de ella. El ver a mi mamá llorando, por la pérdida de una hija ante las garras de la anorexia, hizo que me invadiera un enorme remordimiento.

Se dice que la relación madre hija es una de las relaciones más complejas de las que vive un ser humano y con el tiempo fui capaz de comprender, que todo el daño que en su momento se ocasionó de ambas partes fue hecho desde la inconsciencia y que, en realidad, entre las dos permanece un afecto inquebrantable. A pesar de todo, a veces pienso que dentro de mi aún permanece una niña chiquita intentando hacer feliz a su mamá.

La realidad es que mi estancia en la clínica de trastornos alimenticios me cambió y sentada en ese café no pude expresarle lo mucho que esta experiencia me había transformado por lo que espero que cuando lea estas líneas, sepa lo admirada que estoy ante el manejo de esta situación que quebró el espíritu de ambas.

Honestamente, una parte de mi agradece la ruptura que se dio entre las dos ya que pude crear mi propia identidad, conocer mis intereses y crear una red de apoyo que me mantiene todos los días en la lucha contra esta enfermedad. Agradezco la desconstrucción porque me otorgó la posibilidad de empezar de nuevo y reconectar desde otro lugar, mucho más sano y libre de conductas de la anorexia. Hoy me he convertido en una mujer que decide levantarse y luchar contra sus propios demonios y eso, requiere mucha valentía.

Me ha tomado mucha terapia y unos cuantos golpes comprender que únicamente yo soy responsable de mi felicidad y que la culpa que cargo por haber dañado a mi familia solo entorpece nuestra relación. Aún no logro deshacerme de este remordimiento que me recuerda que hice todo mal, que era una niña que no sabía el monstruo que estaba creando y que claramente, las mentiras eventualmente salen a la luz. A pesar de ello, tengo confianza en que, así como el enojo llegó y pasó, la culpa que se instaló en mi eventualmente quedará en el pasado y nos permitirá a mi mamá y a mi gozar de una relación donde seamos dos individuos independientes.

Hoy, veo todo lo que hemos reconstruido a partir de esa tarde en el café. Pienso en el proyecto que logramos crear y ver crecer juntas, del cual podemos recoger los frutos después de años de arduo trabajo. Pienso en la cantidad de veces que le he hablado llorando después de tomar terapia y encontrar en sus palabras, la medicina perfecta para sanar mi corazón. También, atesoro los momentos en los que hemos podido cocinar juntas y hallar en la comida, un punto de reconexión. Me parece sumamente valioso el trabajo que hemos hecho en lo individual para poder hacer las paces la una con la otra. Por este motivo, en los últimos cuatro años, mi mamá me ha visto crecer, tener una voz mediante la escritura y formar una relación de pareja y ha recibido todo esto, con una gran sonrisa en su rostro.

Gracias mamá por permitir destruirme para volverme a armar, mucho más sana, fuerte, completa y feliz.

Amante del té, las letras y la buena literatura. Sobreviviente de un trastorno alimenticio y orgullosa maestra de danza.

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Sobre mí

Sobre mí

Mi nombre es Lucía y vivo en una constante paradoja. En cuestiones de segundos paso de la euforia a la depresión, de la calma al caos y de la locura a la sensatez. Estos conflictos me han demostrado que las dualidades y contradicciones vienen a construir lo que significa vivir en consciencia y plenitud.

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