Estoy en un café en Monterrey con el que creí era el amor de mi vida. Se muestra distante y dice las palabras que a tanto miedo le tengo: “Lucía, tenemos que hablar”
Comienza a explicarme el montón de motivos por los que ya no quiere estar conmigo: que si me porté demasiado inmadura, que no lo comprendo, que ya no siente lo mismo. Veo sus labios moverse pero yo no puedo escucharlo porque sé que lo estoy perdiendo. Siento mi cuerpo entumecerse, el enojo llenándome por dentro y me duele el pecho como si me estuvieran quebrando el corazón en mil pedazos. Entonces, me acuerdo de mi libro favorito y la frase que resonó dentro de mí en nuestra breve relación: “Déjalo salir a raudales. Abre tu corazón y no tengas miedo de que te lo rompan. Los corazones rotos se curan. Los corazones protegidos acaban convertidos en piedra”. Escucho su despedida y a pesar de que siento que mi mundo se está viniendo abajo, me siento tranquila porque sé que le di todo. Nos despedimos y entre lágrimas le llamo a mi mamá, culpándolo a él por no querer cambiar y a mi por ser tan egoísta y tratar de intentarlo. Las palabras de mamá, siempre perfectas, curan un poco el malestar.
Llego a mi casa y me aviento a la cama, lloro no solo por la pérdida de la relación, sino por todas las ilusiones que había puesto en él. Dejo que las personas a mi alrededor me curen con sus abrazos y me dejen llorar. Me permito sentarme con el dolor, profundo y desgarrador, porque sé que ahora sigue el proceso de reconstrucción. Cada relación es poner partes de ti en el otro, dar sentimientos con la esperanza de que sean devueltos y construir ideas, sueños y metas juntos. Terminar una relación es echar todo para abajo para volver a construir de la pérdida y el dolor.
Las personas que me quieren me dicen que fue su culpa pero yo sé que esa es la salida fácil. La verdadera madurez es reconocer lo que hiciste mal y entender lo que pudiste hacer diferente. Un corazón roto se cura cuando entiendes que era un esfuerzo de dos y que si no funcionó, tú también tuviste la responsabilidad. El dolor desaparece cuando tomas la responsabilidad y te prometes retomar la confianza en ti misma para permitirte seguir adelante. La decepción se termina cuando te permites vivir la soledad en silencio y tiempo después, muestras la valentía para volver a poner tus sentimientos en alguien más.
En ese momento creí que no podría amar a nadie más y el tiempo me enseñó que eso era una muy pequeña porción de lo que años después, llegaría a sentir con mi ahora esposo. Me tomó mucho tiempo reconstruirme pero han pasado casi quince años desde ese café y agradezco lo difícil que fue decir adiós a la primera persona que amé porque me enseñó mucho. Ese día no lo sabía, pero esa despedida me mostró que las experiencias desagradables son en realidad oportunidades de aprendizaje. A través de los años, comprendí lo valioso que es el proceso de reconciliación y lo bello que son los nuevos comienzos. Como dice esa frase de mi libro favorito, el amor no correspondido duele, pero duele más protegerte y no permitirte amar. Al final del día, siempre se puede volver a empezar y no hay mejor despedida, que de la que se aprende y se sale adelante.