De una terapia a otra

Pisé por primera vez un consultorio de psicología a los ocho años de edad. Estaba por reprobar el primer año de primaria porque era demasiado perfeccionista y como no lograba escribir de una forma que se viera “bonita” ni siquiera lo estaba intentado. Me estaba quedando atrás y la maestra sugirió que me llevaran con un psicólogo. Recuerdo bien lo que hice esa primera sesión con una psicóloga que me trataba de forma condescendiente: me puso a pintar a mi familia en una hoja en blanco. Comencé dibujando a mi papá grande y fuerte, después a mi mamá y a mis hermanos por orden de edad. Al llegar a mi, me dibujé como un bebé ya que según yo, no quedaba suficiente espacio en la hoja para dibujarme. Rápidamente, la psicóloga le comunicó el problema a mis papás: su hija no quiere crecer. Mi mamá me comentó los resultados y desde ese momento decidí dejar de hablar en terapia ya que me sentí humillada. -Ya se de que se trata esto- le dije a mi mamá después de una sesión en la que no hablé por cincuenta minutos. -Hazle como quieras, yo no voy a hablar.

A partir de ese momento, pasé por un sinfín de psicólogos y constantemente lograba salirme con la mía. Siempre había una excusa: es demasiado tonta, tiene la nariz respingada, no me entiende o no me agrada. En cada sesión en la que permanecía callada sentía una sensación de triunfo inexplicable y disfrutaba ver a las psicólogas quebrarse ante una niña que por más que quisieran, se negaba a trabajar.

Mi mamá me dio un sinfín de opciones y en mi terquedad, rechacé cada una de ellas. Por este motivo, a la edad de catorce años se instaló la anorexia. Me había quedado sola y la enfermedad se encontraba acechando mis espaldas. A veces pienso que mi perfeccionismo y mi negación a hablar determinaron mi trastorno alimenticio. Creo que la anorexia siempre estuvo caminando a mi lado, esperando el momento perfecto para tomar el control.

Honestamente, me arrepiento de mi obstinación en terapia ya que por años arrastre un problema que si se hubiera atacado a tiempo, habría sido rápidamente solucionado. La realidad es que tenía miedo de dejar entrar a alguien más a mis pensamientos, a mis miedos y obsesiones. Sentía que tenía un malvado ser adentro y debía protegerlo a toda costa. Entonces, continué mi tránsito por la vida de la mano de un trastorno alimenticio hasta que a los veinticuatro años, encontré a alguien que por primera vez me puso un alto.

Conocí a mi terapeuta actual hace cuatro años y por primera vez desde esos seis años de edad, alguien supo leer mis pensamientos. Desde la primera sesión sentí que una psicóloga me comprendía y que el monstruo que tenía adentro era más pequeño de lo que pensaba. A pesar de mi perfeccionismo y renuencia a crecer, Regina me hizo sentir que no estaba sola y que mediante el uso del psicoanálisis, lograríamos desenredar la cantidad de años invertidos en el trastorno alimenticio. Llevaba más de una década cargando un problema que como una bola de nieve, solo se hacía más y más grande.

Con Regina comprendí que la terapia es para todos, sólo debes encontrar al terapeuta indicado; que te escuche y comprenda pero al mismo tiempo, te cuestione y confronte. Es difícil encontrar a un psicólogo que no te haga sentir como un paciente, sino como un individuo con virtudes y defectos. Además, con ella sentí que podía contarle hasta mis más profundos secretos y que a pesar de la severidad de mi trastorno, había solución.
Durante estos últimos cuatro años he sido constante en terapia y aunque no siempre me gusta lo que Regina tiene por decir, soy capaz de escucharla y trabajar sobre ello. La realidad es que la relación paciente-terapeuta nunca será perfecta pero con la persona correcta, todo es más fácil.

Creo que mi recuperación se ha dado solo por mí, como resultado de mi obstinación a no darme por vencida y seguir caminando a pesar de la adversidad pero definitivamente, mi terapeuta ha sido el medio por el que lo he logrado. Creo que la terapia es dolorosa pero es un sufrir necesario.

Hoy, pienso en todo lo que he reconstruido a partir de que por primera vez, me permití hablar en terapia y estoy orgullosa en la persona que ha derivado después de tanto psicoanálisis. He logrado rehacer la relación con mi familia, he creado una vida en pareja y lo más importante: me he encontrado a mi misma.

Estaré eternamente agradecida con mi terapeuta por proporcionarme un lugar donde pude sentarme y hablar de todo aquello que guardaba en mi corazón. Después de años de sufrimiento y de saltar de una terapia a otra, hoy he encontrado un espacio neutral donde he podido rescatarme a mi misma y eso, no tiene precio.

Y tú, ¿Ya te animaste a hablar en terapia?

Amante del té, las letras y la buena literatura. Sobreviviente de un trastorno alimenticio y orgullosa maestra de danza.

Deja un comentario:

Footer del sitio

Sidebar deslizante

Sobre mí

Sobre mí

Mi nombre es Lucía y vivo en una constante paradoja. En cuestiones de segundos paso de la euforia a la depresión, de la calma al caos y de la locura a la sensatez. Estos conflictos me han demostrado que las dualidades y contradicciones vienen a construir lo que significa vivir en consciencia y plenitud.

Facebook

La vida en paradoja