Por mucho tiempo busqué la recuperación, sin lograr alcanzarla en su totalidad. Mis papás, hermanos, terapeutas y yo misma, invertimos muchos recursos para dejar atrás la anorexia y a pesar de todo el equipo que tenía a mi alrededor, no podía llegar a una recuperación total.
Por años, me mantuve en una línea muy delgada entre la salud y la enfermedad, siempre balanceándome de un lado al otro. En ocasiones restringía mi alimento y bajaba de peso y en otras, disfrutaba la comida y me iba a comprar nuevos pantalones por el ligero incremento de peso que había tenido.
En los momentos en que me veía forzada a cambiar de talla, me inundaba una inmensa ansiedad, porque a pesar de la apertura de mis papás para ayudarme a comprar nuevos pantalones, yo eso lo veía como un gran fracaso.
Hacía todo lo que se suponía que una persona en recuperación debe hacer: aceptar el comprar pantalones nuevos y despedirme de los viejos.
Hacía lo que “debía”, pero con una voz interna que me exigía volver a bajar de talla y yo sólo debía seguir sus instrucciones.
-Quieres recuperarte de la mente, pero no del cuerpo-, me insistía mi terapeuta en cada sesión, dónde yo lloraba por no caber en mis pantalones.
Así pasaron varios años, invirtiendo mi tiempo en terapia, sin aceptar, que en realidad no quería recuperarme totalmente. Quería sentirme tranquila con mis pensamientos, pero no quería ver ni sentir un cambio físico en mi cuerpo. Me negaba a subir de talla, a que mis huesos dejaran de ser visibles y sobre todo, a perder la relación tan violenta que tenía con mi cuerpo.
Después de mucho tiempo y habiendo trabajado mucho en mi recuperación, ahora sé que mi terapeuta tenía toda la razón, porque para sanar totalmente, el incremento de peso es una pieza clave.
Poco a poco, me he dado cuenta de que sí puedo sentirme a gusto en mi cuerpo, pero esto se da únicamente cuando no estoy obedeciendo las exigencias de la anorexia. Esta comodidad física y psicológica, viene con el tiempo, con mucha terapia y gracias al amor de todas las personas que me acompañan.
Debido a esto, en el último año, he tirado muchos pantalones, pero ahora sin prometerme regresar a ellos y con este esquema de pensamiento, me he encontrado por fin, con la tranquilidad emocional que por tantos años busqué. No sé en qué momento se dio en mí este cambio de paradigma, tampoco sé si la recuperación total ha llegado, o si la anorexia volverá algún día, pero lo que SÍ sé, es que por fin puedo disfrutar de la vida, de la comida y del afecto de todos los que me rodean.
Tal vez, aún quedan más tallas por cambiar y tal vez me sea difícil dejar ir aquellos pantalones viejos, pero a pesar de lo difícil que es soltar el control excesivo que por años dominó mis conductas, hoy puedo decir que soy muy feliz y eso lo he logrado usando la talla de pantalón más alta que he tenido desde el inicio de mi adolescencia.
Por fin, he dejado ir los pantalones viejos, y he hecho un nuevo espacio en mi closet para ropa nueva. Ahora que lo pienso, en realidad le he hecho espacio al amor de mi familia, a los momentos interminables de risas con mi esposo y para sentir el gran afecto que me regalan mis alumnos.
Por todo esto, hoy digo con convicción: que vengan más tallas, sin importar la cantidad de pantalones desechados, quiero hacer más espacio en mi vida para lo que realmente importa.